Y esa vez no dijo nada, ¿porque habría de decir algo si de
todas maneras no tiene sentido? Y le resulto conveniente el hecho de esconderse,
de pensar que es mejor seguir la línea del mundo, le resulto conveniente cerrar
las ventanas, apagar la luz y refugiarse dentro de su cuartito, más que
conveniente le resulto extraña la sensación de la conveniencia, de mirarla a la
cara y decirle que no sabía nada, le resulto preciso para aprobar con un par de
palabras mal dichas y…se quedo ahí con ella misma, buscándole un porque a la
memoria, que no hacía más que fallar una y otra vez.
Tratando de pasar desapercibida, absorta, por que el cielo es inmenso para quien se atreve a verlo pero pequeño para quien se ha caído y baja la vista.
Tratando de pasar desapercibida, absorta, por que el cielo es inmenso para quien se atreve a verlo pero pequeño para quien se ha caído y baja la vista.
Y el hecho cotidiano de verse sin sonrisa, ¿y quién va a querer eso?, derrochada las ganas, malgastado el tiempo y usando el típico clisé “no tengo ni perro que me ladre” para ser bizarros, para desperdiciar palabras.
Y ahí está, con la conveniencia de seguir una vida estructurada
que no llega a ningún lado. ¿Perdernos un poco para encontrarnos? ¿Y si el
hecho de encontrarnos se basara otro? ¿Qué hay de ese otro? Perpleja y sin
respuestas... la conveniencia nos estanca, nos apaga, nos inunda, ¿y si ese otro
no existe?